Desde la siembra hasta la cosecha de papa (Solanum tuberosum) son un símbolo de la ruralidad altoandina y en general del patrimonio gastronómico del Perú, por lo tanto merece ser declarado como patrimonio cultural para darle un mayor valor a lo que involucra la conservación y superación de ciertas tecnologías agrícolas prehispánicas de la mano con un efectivo reconocimiento a los [mejores] productores que han domesticado la geografía y este tubérculo, en sus variedades mejor cotizadas, por varias generaciones. 

Por ejemplo las áreas de cultivo y sus herramientas, las fiestas de siembra y cosecha, la preparación de andenería y canales, entre otros elementos de un paisaje cultural que es indesligable de tradiciones ancestrales en permanente tensión con la modernidad.

A menudo, post cosecha, se celebran ferias para venta de variedades de papa, de donde destacan competencias sobre la mejor cosecha en su variedad. Esto como botón de un gran segmento rural que sigue postergado en oportunidades, ergo es el que más contribuye a un boom gastronómico que solo está favoreciendo a los empresarios gastronómicos, pero no a los productores que son el inicio de esta generosa cadena.

La papa, con sus más de 4000 variedades, evoca el reto asumido del hombre andino por conjugar el paisaje natural con el paisaje cultural. Una declaratoria de patrimonio cultural, con una fuerte promoción al estilo de la recordada Marca Perú, le daría un valor agregado a los productores que comulguen tecnologías prehispánicas y modernas, esto ya se estila en otros países donde se protege e incentiva la agricultura. En nuestro caso somos el país de mayor y mejor producción de papa a nivel mundial, a pesar que el tubérculo ha sido sembrado en otras latitudes, no se compara con la generosidad nutritiva que este suelo le brinda. En resumidas cuentas, la papa es patrimonio cultural que amerita declaratoria.

Al consumir una deliciosa papa en cualquier platillo peruano recuerda todo lo que significa.